Cinco de marzo., nuestro décimo aniversario. De pie frente al espejo con la luz apagada, palpo el nudo de mi corbata, impecable; listo para disfrutar un año más de una cena muy especial en nuestra mesa de siempre, aunque esta vez, como en la anterior, no podremos intercambiar los postres, el camarero sólo traerá tarta de manzana y una copa de cava.

En mi mente aparece una vez más su rostro y la calidez de sus manos que están grabados en mí para siempre. Fue lo único que recuerdo de aquel día en la playa en el que se paró mi corazón y me devolvió a la vida surgiendo un vínculo emocional que traspasa las fronteras del tiempo y del espacio.

Antes de cerrar la puerta repaso mi bolsillo: la cartera, las llaves y desde hace dos años mi bastón y la correa de Roco.

¡Qué diferente sería si hubiéramos esperado al verde ese cinco de marzo!